Instrucciones para dejar un hogar y construir otro

Sofía Corona
6 min readNov 11, 2019

Ni de pedo vienen instrucciones aquí, lo siento.

Nunca el depa había brillado tanto como cuando decidí que era momento de irme. Nunca había apreciado la forma en que la luz entra por la ventana e ilumina todas las plantas. Nunca me habían gustado tanto los techos altos y el piso de madera. Nunca había sentido la calidez y seguridad que sentí ayer, un día después de decirle a Clau que ya sentía era momento de dejar Puebla, de dejar el lugar que ha sido mi hogar los últimos años, incluso si no vivía ahí. Todo, de una forma u otra, siempre giró en torno a Puebla. No importa qué tan lejos me fuera, Puebla siempre fue donde decidí anclarme. En Puebla estaba Emmanuel. En Puebla había construido un espacio propio cuando llegué, cuando empaqué mis cosas hace 5 y tantos años y me mudé a una ciudad que no conocía, donde no tenía a nadie. Desde ese momento hasta el día de hoy, Puebla fue mi hogar, lo sigue y seguirá siendo. Yo lo decidí así, sabiendo también lo que estaba dejando de lado, incluso cuando no vivía ahí.

Nadie te dice que en una relación a distancia también puedes llegar a sacrificar tus espacios. Me fui de Puebla, pero al mismo tiempo, dejé un pie ahí con la esperanza de regresar eventualmente, de seguir construyendo un espacio junto con Emmanuel. Los lugares en los que vivía antes de concretar ese plan eran temporales. Y entonces, cuando regresé deseé con toda mi alma que las cosas fueran distintas. Yo regresé de acuerdo a todo lo que habíamos planeado por años, pero él ya no estaba.

Ha sido un mes intensísimo (pinche Scorpio season, Mercurio retrógrado y no sé qué tanto más, paren de gozar ya, par favaaar) y es el primer fin en el que estoy en el depa desde hace más de un mes. Me levanté (tarde, por fin) eché a lavar la ropa, saqué las plantas, paré un minuto a ver los volcanes, me bañé y fui al mercado. Un fin de semana normal como hace mucho no tengo. ¿Estás segura de que quieres irte? Me lo pregunté desde el momento que me levanté hasta ahora, día y medio después. Me encantan las rutinas del fin de semana, me encantan las rutinas que hemos construido Clau y yo.

El sábado que llegué, mientras nos reíamos por mamada y media, después de haberle dicho cómo me sentía y cuál era mi plan, me eché para atrás. “Que dijo mi mamá que siempre no, damita” estuve a punto de decirle el domingo. “Ya no me voy a mudar, ahorita no damita, muchas gracias”. Es una de las personas que más amo en este mundo y con la que más me gusta estar. Hemos construido un hogar lleno de luz y amor a partir del dolor de la muerte de Emmanuel. En muchos aspectos, logré un nivel de confianza que sobrepasa cualquier nivel Saiyajin existente. No quiero dejar eso. No quiero dejar las tardes de Netflix, de series de muertos y asesinatos, los sábados de Hamilton, de sacar plantas, de hacer de desayunar, de ir al mercado. No quiero dejar las pláticas, los regaños porque alguna no hizo algo bien, los momentos de rebotar inseguridades, miedos, enojos.

De regreso del mercado me detuve un momento a ver la bici blanca. Tuve que disociar ese punto demasiado rápido, de forma incluso forzada. Era eso o no poder hacer mi vida. El lado malo de que a tu novio lo maten a dos calles de tu casa (uno de pinches tantos, vaya). La bici que pintaron en el suelo ya no está, tampoco el bote de flores que pusieron. Sólo queda la bici blanca y la placa. ¿Estás consciente de todo lo que vas a dejar cuando te vayas? Puede que no del todo (en realidad, estoy segura que ni de pedo lo he terminado de dimensionar). Pienso en la comodidad de vivir en el centro, donde todo está cerca, donde puedo hacer mi vida en un radio de 2 km, pienso en todo lo que me encanta de aquí, pienso en las redes tan fuertes que tengo en esta pequeña ciudad.

El mural del comedor brilla particularmente hermoso. Siento que estoy viendo las cosas como si fuera la primera vez que las veo (y no estaba pacheca cuando lo hice o escribí esto, cabe recalcar). Lo pintamos dos o tres semanas después de que muriera, todas esas fechas son muy difusas aún. Me encanta. Me encanta cómo se ilumina cuando abrimos las puertas del comedor. ¿Estás lista para dejar este depa, el lugar que ha sido tu hogar por años? La neta, no. Pero tampoco estaba lista para que mi novio muriera a los 28 años y aún así a la vida le valió 30 hectáreas de chorizo.

Nadie me conoce mejor que las paredes de este departamento. Me vieron crecer los últimos 3 y tanto años, hacer el amor, llorar con mil orgasmos, reírme sin parar con Emmanuel hasta el pito de pachecos, confesar mis miedos e inseguridades, desnudar todo mi ser con todo el amor, confianza y libertad que sentía con él. Paredes que me vieron tirada en el suelo, desgarrada de dolor al llegar a casa y encontrar el cuarto como lo había dejado esa mañana antes de irse al trabajo. Paredes que me escucharon suplicarle hasta no poder más que regresara, gritar de enojo porque estaba viva y él no. Claro que no estoy lista para dejarlo. Claro que voy a cuestionar cada segundo si estoy tomando la decisión correcta. Pero a lo largo de este año me ha quedado claro que algo de lo que puedo estar orgullosa es de haber tomado las decisiones correctas. Llevo 11 meses trabajando para llegar a esta decisión, para decirle adiós a Puebla y construir de nuevo en otro lado.

Emmanuel no va a regresar. Si bien nunca voy a terminar de entenderlo, ya dejé de pelearme con ello. Hoy puedo decir que acepté que Emmanuel está muerto y que no va a regresar no importa cuánto se lo suplique, cuánto llore, cuánto tiempo espere por él. No va a regresar incluso si yo me quedo en Puebla por siempre. Y la realidad es que yo no quiero quedarme aquí por siempre. La realidad es que yo quiero seguir construyendo los capítulos que siguen y para ello, necesito cortar ese cordón que en su momento fue la base más fuerte para lidiar con mi duelo. Puebla y la gente que tengo aquí me salvaron de tirarme a la mierda en muchas ocasiones, construyeron las bases de lo que hoy me da la certeza de decir que para seguir avanzando, tengo que irme.

Escribo esto entre un mar de lágrimas porque recuerdo mucho lo que me decía Emmanuel cada vez que me ofrecían trabajos más lejos de Puebla, cuando tuve que irme por primera vez. “Para crecer juntos, tenemos que crecer por separado. Tienes que irte, porque si te quedas vas a ser muy infeliz y lo nuestro no va a funcionar.” Y sí, tenía toda la razón. Para seguir avanzando tengo que irme y abrazar lo que venga con esa decisión. Y sí, estoy en Puebla, en el depa y pienso “tal vez podría quedarme un poco más, no pasa nada.” El fin pasado me quedé en CDMX contra todo pronóstico y fue uno de los fines que más he disfrutado en mucho tiempo. Entendí que sí puedo generar vínculos por mí misma sin sentir miedo, rechazo, ansiedad. Entendí que las relaciones acaban y está bien, que el cuento de “felices para siempre” es eso, un cuento. Los círculos se cierran y de pronto la decisión de dejar Puebla nació de manera muy orgánica, como si fuera el siguiente paso lógico de este proceso de duelo.

Siempre me ha parecido muy extraña la forma en que la vida decide ponerme a gente o situaciones que parecen estar ahí para de alguna forma ayudarme a ponerle orden a las piezas que he estado trabajando en terapia y en el día a día. A lo largo del viaje a Ámsterdam y Londres hice las paces con mucho de lo que ha sido resignificar mi amor, abrazar el hecho de que yo no estaría en el lugar que estoy si Emmanuel no hubiera muerto. No sería la persona que soy ahora, ni estaría logrando muchas de las cosas que hice este año. Y me gusta el lugar en donde estoy parada, me gusta lo que soy, me siento orgullosa de los enormes pasos que he dado. Abrazar esto ha sido sumamente doloroso, porque significó abrazar que él estaba muerto, que lo llevo dentro de formas que no puedo poner en palabras, que no va a regresar nunca. Significa abrazar una idea que me daba mucho miedo: dejar Puebla y empezar el siguiente año en CDMX. Va a ser una de las decisiones más difíciles que he tomado, pero todo va a estar bien.

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Sofía Corona

Escribo de mí para mí, para aprender, para deconstruirme, para construir de nuevo.