Diarios de Toronto

Sofía Corona
6 min readJun 3, 2019

23.05.2019

Todo, absolutamente todo lo que veo tiene el nombre de Emmanuel escrito de mil formas. Tengo una necesidad enorme de contarle todo lo que pasa, todo lo que veo, todo lo que siento. No entiendo por qué las cosas tuvieron que pasar de esta forma. Simplemente no lo entiendo. Me siento sumamente extraña, entre extasiada por todo lo que estoy viviendo y nostálgica por todo lo que ya no es. Me siento muy triste, pero al mismo tiempo no. Siempre me sorprenderá de sobremanera la forma en la que puedo albergar sentimientos tan opuestos entre sí al mismo tiempo.

Me gustaría unirme a esa gente que está bailando a lo lejos. Me gustaría quedarme aquí, acostada en el pasto. Me gustaría alejarme del lugar que me quitó lo que más amaba. Alejarme del miedo, de la violencia, del dolor. Alejarme de lo que ya nunca será y empezar de nuevo. Sólo dejar todo atrás. Pero al mismo tiempo, no estoy segura de querer irme de México. Como todo, mi vida está llena de contradicciones.

Deseo con tanto ahínco tener mi vida de antes, mi vida con él, porque aunque la tristeza y el dolor no me inmovilicen, me siento muy perdida. Siento que una parte de mí está forever gone y nunca podré recuperarla. Que una parte de mí nunca podrá sentirse completamente viva de nuevo. Y por otro lado, estoy aquí, sentada en un parque al que llegué por casualidad a las 10 de la noche, sintiéndome libre por primera vez en mucho tiempo. Sintiendo que puedo ser quien yo quiera, hacer lo que yo quiera, caminar todo lo que yo quiera sin miedo.

24.05.2019

Decidí que no iba a hacer otra cosa más que caminar. Sin rumbo, deteniéndome horas a tomar fotos, sentándome en cada parque, cambiando de rumbo si la calle me gusta. Sin música. Sin ir a los lugares más turísticos, a los obligados y los que no definen la ciudad. Yo sólo voy a caminar hasta que mis pies ya no puedan.

Lo extraño tanto. De formas que no puedo ni describir. Estar aquí, en Toronto, ver la ciudad, las bicis, la gente que se mueve tan tranquila, sin miedo, hacen que lo único que piense es que él nunca podrá ver eso. Pienso mucho en todo lo que perdí. En su forma de amarme, tan honesta, tan pura. Yo sé que él me amaba más que a nadie, más que nada en el mundo. Yo sé perfectamente que cuando me decía que era el amor de su vida y que era todo para él, era cierto. También sé que él se sentía igual conmigo. Que nunca dudamos de lo que sentía el uno por el otro y que la puerta siempre estaba abierta por si ese amor cambiaba.

No sé cómo llegué a este cementerio, pero es el más bonito que he visto en mi vida. Hay muchísimos árboles tan diferentes y tan coloridos. Me senté frente a uno que está tirando muchas flores blancas y ahora no puedo dejar de llorar. He llorado intermitentemente en toda esta caminata de las maneras más random posibles, como cuando entré a la tienda de calcetines (tengo una obsesión con los calcetines, nunca son suficientes, siempre pueden regalarme calcetines, si te regalo algo seguro serán calcetines, benditos sean los calcetines, amén). Entiendo que es un proceso largo, pero que puta mierda. Yo no quiero nada de esto, incluso sabiendo que a la larga voy a crecer de formas que no puedo dimensionar ahorita. Lo único que quiero es que regrese. Lo único que quiero es que me conteste cuando le digo que compré un porro legalmente (los mejores 8 dólares de mi vida) y que la tienda es increíble. Lo único que quiero es escucharlo decir “Uyyy, no ma, qué chingón, ya quiero que vayamos juntos para fumar contigo”. Lo único que quiero es poder contarle cada detalle de este viaje como en los que tuve antes. Lo único que quiero es que siga vivo.

No sé en qué momento pasaron dos horas, pero me acabé mi paquete de Kleenex (seriamente he pensado en adquirir acciones de Kimberly & Clark, con mi consumo de kleenex les estoy haciendo más millonarios, de por sí). Después de llorar hasta parecer un panda, me siento más tranquila. Es hermoso el poder soltar el miedo y el dolor. Poder desconectarme.

Lo veo en todos lados, todos, todos, todos. En todos los ciclistas, en todos los cruces, en todas las esquinas con rampas perfectas para que la gente con discapacidad pueda hacer su vida sin problema, en todos los semáforos peatonales. En toda la gente que vive la ciudad. Lo veo en el metro, en los tranvías. Lo veo en la multiculturalidad, en cómo personas tan distintas comparten un espacio común. Lo veo en todos sus parques sin rejas, con árboles enormes, con gente fumando legalmente. Creo que eso lo volvería loco de felicidad.

Pasé horas caminando sin rumbo, quedándome un buen rato sentada en el pasto en silencio, escuchando a la gente. Pasando horas tomándole cien fotos al mismo árbol. Levantándome tarde, haciendo todo sin prisa ni itinerario. Llorar cada que tuviera ganas de hacerlo, incluso si eso pasa en una tienda de calcetines y tomo por sorpresa a la chica encargada. Pero lo mejor de todo fue regresar hasta tarde sin miedo, sintiéndome segura.

Dafne (mi tanatóloga y la salvación de mi depresión, bendita seas Dafne, así como los calcetines) siempre me dice que por la forma en la que navego en el mundo voy a encontrar gente que comparta mi forma de pensar y valores. Creo que es bien pinche sabia. Hice una amiguita en el hostal (siguiendo los consejos del hombre de socializar y no ser una huraña) y salimos a echar una chela y un toque en el parque (eso de salir al parque es lo mío) y hablamos de feminismo (¿de qué otra cosa podríamos hablar?). Le conté que en un parque me encontré con algunas personas pro-vida protestando contra el aborto (que es legal en Canadá) con unos carteles con imágenes de fetos llenas de sangre y estaba en un mood tan chill que empecé a reírme porque parecían un xenomorfo recién salidito del tórax de alguien (again los mejores 8 dólares de mi vida, bendito seas Alien y franquicia). Nos reímos muchísimo, nos abrazamos mucho en el camino de regreso al hostal, como si nos conociéramos de años.

26.05.2019

Hoy caminé con música. Me pregunto si en algún punto me cansaré de escuchar Hamilton. Por otro lado, me conozco y sé que nada más estoy haciendo la pregunta a lo pendejo, por supuesto que no me cansaré. Llegué a High Park y sus árboles de cerezo aún están floreciendo. De nuevo me senté a echar la lágrima. Ha sido un viaje de muchas configuraciones nuevas. De mucha complejidad. De mucho dolor, pero también mucho amor y muchos significados.

Cambié de hostal en la mañana y conocí a un colombiano con el que salí a comer en la tarde y a caminar. Me cayó bien, sobretodo porque escuchaba y preguntaba mucho. No sabía nada sobre feminismo y realmente escuchó con atención e hizo preguntas genuinas, no de esas para desestimar lo que una dice. Entendió muchas cosas y me agradó mucho haber pasado la tarde con él caminando sin rumbo de nuevo, riéndonos del torrente de lluvia que nos agarró desprevenidos. De nuevo pasamos a la tienda de calcetines (ya hasta me hice amiga de la encargada) y encontramos una tienda que vende masa de galletas para que te la comas (esto hace que me explote el cerebro, creo que alguien se metió a mi cabeza y decidió hacer una ciudad con las cosas que más me gustan).

En algún punto de todas esas horas de caminata y plática, me preguntó cuál era el sentimiento que más me gustaba o que más me despertaba esta ciudad. Para ambos casos es el sentimiento de libertad. Para mí, Toronto ha significado sentirme libre. Me quedé pensándolo un rato y eso también lo traduzco en mis relaciones. Eso para mí era mi relación con el hombre, ser y sentirme libre en todo momento. Libre de ser lo que quisiera, de hacer lo que quisiera, de decir lo que quisiera. Libre para decirle lo bueno, lo malo, lo horrible sin miedo o preocupación a ser juzgada. Libre para equivocarme y trabajar juntos nuestras fallas. Libre para ser completamente yo. Las relaciones más importantes, más fuertes son aquellas que me hacen sentir libre.

Fue un día extrañamente divertido y al mismo tiempo, sentí una punzada de dolor porque quien debería estar ahí es el hombre. Y aunque lo llevo conmigo, no es lo mismo, ni lo será nunca. Pero hoy al menos me reí mucho y estoy lista y emocionada por lo que viene en el Summit, por una ciudad nueva y por toda la gente nueva que conoceré. Ha sido un viaje muy extraño, pero definitivamente ha sido el mejor viaje. Honestamente, nunca lo hubiera pensado.

--

--

Sofía Corona

Escribo de mí para mí, para aprender, para deconstruirme, para construir de nuevo.