Del duelo y cómo reír y llorar al mismo tiempo

Sofía Corona
6 min readApr 21, 2019

Mi terapeuta me dejó una tarea al inicio de nuestras sesiones: en un frasco de vidrio tengo que echar un papelito por cada logro que vaya teniendo. Cualquier cosa que considere un logro, desde ganar una beca para un congreso hasta levantarme de mi cama, despertarme. Además de eso, yo me puse otra meta: no abrirlo hasta que acabe el año. Ha sido un bonito ejercicio de paciencia, de aprender a soltar y dejar ir, pero sobretodo, ha sido un ejercicio para aprender a reconocerme, reconocer mis logros y la fortaleza que he tenido a lo largo de este proceso. Ayer eché dos papelitos y de pronto noté que ya he echado muchos.

Pasar por un proceso de duelo es extremadamente disruptivo. Es como si te dieran un puñetazo en el estómago. Súbitamente te quedas sin aire y el oxígeno que llega al cerebro deja de fluir. Todo se detiene, se te nubla la vista, te sientes completamente desorientada. La gran diferencia es que después de esta sensación, nada vuelve a la normalidad. Tu vida ha cambiado tan radicalmente que a veces te cuestionas hasta tus propios recuerdos.

También es completamente diferente a lo que nos ha mostrado y pedido la sociedad tan cerrada en la que vivimos. Creemos (y secretamente también juzgamos si no) que la(s) persona(s) deberían estar en crisis, con el corazón roto y los ríos de lágrimas, pero la verdad es que no siempre funciona así. Sí, tu corazón se desgarra de formas indescriptibles, el dolor es tan fuerte que realmente te sientes morir. La verdad es que es tan irreal todo lo que está pasando que transitas en un universo paralelo donde todo es más lento, donde la gente pareciera moverse en cámara lenta. Yo, ñoña as always, lo ponía como ese momento en donde Frodo se pone el anillo para desaparecer y lo apuñala el Rey Brujo de Angmar (si no saben de que estoy hablando, les hace falta ver más El Señor de los Anillos). Justo así, todo se ve desde una dimensión distinta. Sólo esperas el momento en que alguien llegue de sorpresa a decirte “es broma, nada de esto pasó”, “no está muerto”. Que alguien te salga incluso con ese dicho de “no estaba muerto, andaba de parranda”.

La verdad es que sólo quieres morir y que el mundo se detenga. Y sí, realmente quieres morir. Eso no significa que vas a hacer algo para atentar contra tu vida, significa que si alguien te dijera “Oye mira, hubo un error en la nómina y te toca morirte mañana”, tú contestarías “sin pedos, ¿puede ser ahora mismo?”. Lo peor es la cara de terror que ponen las personas cuando dices que te quieres morir. Puedes ver de manera tan palpable cómo cambia su expresión, cómo te ven con una mezcla de tristeza y miedo. Y entiendes que haya miedo, solemos hablar tan poco del suicidio, de la depresión, de las enfermedades mentales. Sin embargo, creo que decirlo en voz alta es necesario para nosotrxs. A veces, todas esas ideas que has maquinado en tu cabeza pierden validez y sentido cuando las dices en voz alta. A veces te das cuenta incluso de lo ridículo que pueden llegar a sonar y te ríes. Al guardarlas toman fuerza, se vuelven reales. Y entonces es más fácil pasar del me quiero morir a me quiero matar. No hay nada peor que juzgar, presionar o intentar aleccionar a alguien que está pasando por un proceso de duelo. Debemos escuchar y ser honestxs. Es un proceso tan doloroso, tan injusto, que sólo queremos gritar, enojarnos, maldecir. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a él/ella? A veces estas frases y palabras protocolarias que nos han enseñado a decir sólo provocan más daño y frustración. Yo no soy una persona religiosa y escuchar estas frases de consuelo (que además me parecen tan sumisas) muchas veces me daba rabia. No podía ni escuchar el “Dios sabe por qué hace las cosas” porque me hervía la sangre. Quería zarandear la cabeza de esa persona y decirle “¿Ese es el Dios que quieres que alabe? ¿El que se lleva a una persona increíblemente hermosa en la mejor etapa de su vida?”. Luego entendí que no era personal. No era algo que dijeran con la intención de lastimarme, sino que la sociedad y los protocolos nos han dicho qué hacer, cómo actuar, bajo el concepto de hacer sentir mejor a la otra persona. Breaking News: no lo hace. Sí suena culerísimo decir “lo que te está pasando es horrible y no tengo ni la más jodida idea de qué decir ni de cómo te estás sintiendo.” Claro que suena horrible, pero eso no nos importa. Al menos a mí no. Porque es más real, más sincero decir eso que frases vacías que no tienen ningún sentido. Prefiero mil veces que la gente sea honesta y me digan que no saben ni qué decirme.

Es un proceso tan complejo. Lleno de dolor indescriptible, pero también de descubrimientos. De descubrir que a pesar de todo lo que pensabas y lo que sentías, no te mueres. Sigues vivx, sigues de pie. No tienes ni puta idea de cómo, pero sigues. A veces pareciera que no, pero sigues. No puedo enumerar la infinita cantidad de veces que le he dicho a mis redes de apoyo “no puedo seguir, no quiero seguir, no sin él”, “estoy cansada, no puedo más con todo esto”, “quiero que el dolor pare”. La innumerable cantidad de veces que le grito “por favor, regresa”, “no me dejes aquí sola”. De los días que lloro hasta que mi pecho y mi estómago se entumecen de tanto esfuerzo, hasta que mis ojos son una hinchada rendija, hasta que el llanto me agota y me quedo dormida. Porque las noches son lo peor, son lo más pesado. Son esos momentos en donde todo el peso de su ausencia cae y con ello, todas las pérdidas que se acumulan a partir de su muerte.

Sí soy fuerte. Aunque muchas veces no lo crea, aunque tenga que repetírmelo constantemente. Soy fuerte para muchas cosas, pero sobretodo, para entender que un día malo es un día malo y que puede que el día de mañana sea mejor y tenga una razón para seguir. Entender que un día malo no significa que todo el trabajo, las sesiones de terapia, el crecimiento que he tenido esté siendo en vano. Porque incluso en esos días malos recuerdo conversaciones que tuvimos sobre qué pasaría si le pasaba algo en la bici y lo escucho perfectamente diciéndome “tú tienes que seguir y hacer las cosas que tú necesitas hacer, sin importarte lo que digan los demás, como siempre lo has hecho”. Pero sí me importa. A veces me importa demasiado lo que digan. Y entonces lentamente te vas dando cuenta de que nada de lo que te puedan pedir, exigir o hacer vale más que perder al amor de tu vida y te das cuenta que poner límites de manera asertiva es más necesario y menos difícil de lo que pensaste.

Un día te ríes y al otro lloras. Después vuelves a reír y te emocionas con algo. Y eso también duele y está bien. Está bien sentir algo más que enojo, dolor. Está bien seguir adelante, aunque eso implique cuestionarte y lidiar con todos los temas que has estado guardando en el cajón. Y habrá días horribles, donde no encuentres distinción entre los mil pedos que ya tenías, el duelo y las cosas que van saliendo. Habrá días (muchos) donde sólo quieres desaparecer. Pero lentamente empezarás a encontrar cosas bonitas en todo lo que está pasando y te tomará de sorpresa, pero te recordarán que siempre hay algo por lo cual seguir.

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Sofía Corona

Escribo de mí para mí, para aprender, para deconstruirme, para construir de nuevo.